Opinión Adra

El arcoíris del Mater

Moisés S. Palmero Aranda

Educador ambiental

En la semana del Orgullo LGTBIQ+, como ellos quitan la bandera, yo la pongo, y le añado un barco, para solidarizarme con los ecologistas franceses tras el acoso y la orden de disolución de Los Levantamientos de la Tierra, por parte del gobierno francés, porque cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar. Confío en el 23J. 

El barco, gestionado por la Asociación Itsas Gela, es el Mater, una preciosa bonitera vasca, rescatada del desguace y convertida en un Museo Ecoactivo. Una poderosa herramienta de educación ambiental y cultura marina, para sensibilizar, transformar e implicar a la ciudadanía en la conservación de los océanos. Decidieron mantener el nombre con el que lo bautizaron sus armadores, ya que parecía una señal, y los relacionaba con la Madre naturaleza, que les ofrece lo necesario para vivir, y los cuida para cuidarnos.

Tanto a babor como a estribor, un precioso arcoíris resalta en la mar en calma, los guía en las tormentas y proclama Paz, Libertad, Igualdad, Justicia y el equilibrio necesario entre el ser humano y la naturaleza. Un arcoíris, este de siete colores, que recuerda al Rainbow Warrior de Greenpeace, el barco hundido cuando protestaba contra los ensayos nucleares que Francia llevaba a cabo en el atolón de Mururoa en el  Pacífico. Los gabachos, desde la Bastilla, lo tienen claro, todo para el pueblo, pero sin el pueblo, o por lo menos sin los ecologistas.

Son muchas las actividades que llevan a cabo, desde dar a conocer las duras condiciones a las que se enfrentaban los pescadores para capturar las anchoas, sardinas o bonitos del norte, hasta las de pasar a la acción pescando basuras marinas. Realizan estudios científicos, campañas de divulgación, de ciencia ciudadana, con el principal objetivo de hacer partícipes a los vecinos, de crear sinergias con los agentes locales, porque saben que del pueblo, de la gente de a pie, de lo local, deben salir las propuestas, el impulso necesario para seguir navegando, para transformar lo global.

En estos días, que celebramos el Día Internacional libre de bolsas de plástico, comienzan la travesía marítima, Cero basuras en el agua, que durará el mes de julio, recalando en diferentes puertos de la costa vasca, y que durante unos días me ha tentado para ofrecerme de voluntario. Su objetivo es crear debate, conciencia, conocimiento, respeto, a través de procesos participativos que muestren la gran biodiversidad del entorno cercano y propongan alternativas, las soluciones necesarias para atajar el problema de las basuras marinas.

Los protagonistas de esta campaña, con permiso del Mater y el Cantábrico, son los dos gigantes del mar, Zabor y Bio, dos figuras de más de dos metros que hacen la delicia de los vecinos, sobre todo de los niños, y cuentan la dramática historia de lo que está sucediendo. De nuevo los cuentos, las leyendas, las palabras, las usamos como mazas para debilitar los pilares donde hemos edificado nuestra cómoda sociedad, como delicados dedos con los que despojarnos la venda de los ojos, como guías para acertar con la dirección a seguir desde la encrucijada donde nos encontramos.

Zabor es el monstruo de las basuras marinas, el gigante oculto en las profundidades que crece a cada minuto con nuestros desechos, que nos susurra “no te preocupes, compra y tira, disfruta”, que va dejando tras su paso, millones de microplásticos que nos envenenan poco a poco. Bio por su parte, es la dama de la biodiversidad, una delicada red de seres vivos que conforman nuestros ecosistemas y de la que cada uno de nosotros formamos parte. A pesar de su importancia para luchar contra el cambio climático, de generar las condiciones necesarias para la vida, se está debilitando por culpa de la sexta gran extinción de especies en la que estamos inmersos. Cuanto más crece Zabor, más pequeña se hace Bio.

Lo bonito de estos gigantes, además de la historia, es que los construyó una asociación de ganchilleras que querían poner su granito de arena. Así que Bio luce decenas de coloridos animales de ganchillo entrelazados por una preciosa red. Zabor, también fue construido por los vecinos, pero con las basuras que recogieron en las limpiezas de playas. El arte, la creatividad, la colaboración, las emociones, al servicio del cambio, una herramienta para invitarnos a conocer, porque, como recuerdan en el Mater, lo que se conoce se ama, y lo que se ama, se conserva.

Protejamos los arcoíris que nos muestran el color, la diversidad, la belleza. No dejemos que se pierdan, porque volveremos a perdernos, a sumergirnos en el blanco y negro, y a vivir rodeados de grises. ¡Por Tutatis!, ¡No Pasarán!

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