Moisés S. Palmero Aranda
Educador Ambiental y escritor
Unos 37.000 aspirantes al Cuerpo de Maestros de la Junta de Andalucía se han presentado para optar a una de las 2.538 plazas ofertadas. Atrás quedan meses, años, de preparación, de estudio, de unidades didácticas, de nervios, de sueños, de ilusiones, de esperanzas. Ahora toca morderse las uñas, es el momento de la nerviosa e impaciente espera, del instante que cambiará su vida.
Una historia personal detrás de cada uno de los opositores hasta llegar a este momento y a partir de las notas obtenidas. Habrá quien consiga su plaza, quien apruebe, pero quede de interino, quien suspenda, pero también entre de interino porque en su especialidad falten profesionales, quien decida seguir preparándose para la próxima convocatoria, quien tire latoalla, quien no pueda intentar volver a presentarse porque la necesidad aprieta y hay que
ponerse a trabajar. Confió que los que aprueben sean los que entraron por vocación en el Grado de Magisterio, los
que creen en la educación como la única solución para cambiar el mundo, los que estén convencidos de que nacieron para enseñar, para educar, para guiar y acompañar a sus alumnos y familias.
Puede parecer evidente que nadie se presenta a unas oposiciones como estas si no te gustan los niños, si no te gusta enseñar. Pero por desgracia sabemos que no es así, que muchos estudian magisterio porque no le llegan las notas para lo que aspiraban, o que vuelven rebotados de grados que pudieron con ellos, o porque parece un trabajo sencillo con un sueldo y vacaciones interesantes.
Magisterio nunca aparece entre las máximas notas de corte de nuestras universidades, cuando debería estar entre las más exigentes para entrar en ella. Necesitamos los mejores maestros para alcanzar la excelencia, para que nuestros hijos desarrollen sus capacidades y se conviertan en los grandes pensadores y profesionales del futuro. Necesitamos a los mejores en las escuelas para transformar la decadente sociedad en la que vivimos, donde la injusticia, la desigualdad, la falta de valores, de conciencia social, de participación ciudadana, campan a sus
anchas. Necesitamos a los mejores para afrontar el momento trascendente de la historia de la humanidad en la que nos encontramos, y los necesitamos motivados, libres, sin ataduras y con las mejores herramientas y recursos a su alcance. Necesitamos a los mejores para hacernos mejores, y no se puede esperar más, porque nuestros niños y jóvenes están desmotivados, porque la realidad les está dejando sin opciones, porque la escuela se ha convertido en un trámite cada vez más sencillo de transitar, con unos objetivos mínimos anclados en el pasado y no actualizados a la realidad con la que se mueve el mundo.
Confío que los aprobados no se dejen influenciar por los maestros de otra generación que se cansaron de ser ninguneados, desprestigiados, infravalorados por unas leyes, unos políticos, una sociedad que les perdió el respeto, que los convirtió en burócratas, en cuidadores de niños, que les quitó la autoridad ante padres mal informados, equivocados, maleducados, consentidores, prepotentes, que consideran que tienen la capacidad para decirles cómo deben hacer su trabajo.
Confío que los nuevos maestros tenga ganas de reimaginar la educación, que piensen más allá de su centro, que trabajen en equipo, en red, que apliquen las nuevas herramientas pedagógicas aprendidas en las universidades. Confió que no pierdan la fuerza, la energía, la ilusión, y que tengan la capacidad, la imaginación, la creatividad, el atrevimiento para equivocarse, de adentrarse en nuevos senderos, de abrir puertas y ventanas que no nunca
debieron cerrarse, y cerrar las que nunca debieron abrirse. Confió que sean autocríticos, que conozcan sus limitaciones, que no se dejen vencer por ellas, que borren las palabras imposible, inalcanzable y prejuicio de sus diccionarios, que busquen el asesoramiento, las ayudas, la colaboración, el apoyo para que sus ideas por locas, disparatadas y trabajosas que parezcan no queden en los cajones del olvido. Confío que nos les pese el trabajo extra, el minutero, la envidia de los resignados y los dejen trabajar. Que no les pongan más piedras en el camino
salvo las que se necesitan para construir los puentes que salven las fronteras, los pozos y fuentes que rieguen las semillas, las bibliotecas donde salvaguardar lo aprendido, los parques y jardines que oxigenen nuestras formas de entender el mundo y las ágoras donde debatir, dialogar y compartir el conocimiento, crear alianzas y combatir la incultura, el desaliento y la incertidumbre. Confío que sepan, y que no olviden jamás, que en sus manos está nuestra esperanza para no sucumbir al abismo.